Obra dramática: La noche del viernes

E s c e n a  P r i m e r a

Peluquería

  • Un cuarto amplio, con dos ventanas. A través de éstas se ciernen las sombras. Cae la noche.
  • En las paredes laterales, diez turriles, 5 a la derecha y 5 a la izquierda. (En estos turriles el Peluquero cría a sus animales -perros, gallos, gallinas y otros.

Sobre cada turril, hállase dispuesta una vela.

  • Hacia la izquierda una poltrona, junto a un macetero de gran tamaño con flores artificiales de vivos colores.

 *** 

  • Los diez Caballeros, vestidos de negro, con sombrero negro y anteojos negros, hállanse parados formando fila junto a la pared del fondo, uno al lado del otro y dando frente al público. Se mantienen inmóviles y silenciosos. Los brazos en reposo, el gesto impenetrable y un patético aire de indiferencia. 

*** 

  • Transcurren breves momentos.
  • al cabo entra el Peluquero seguido por el Oficial.

(el Peluquero con negra peluca y mandil blanco; el oficial con saco blanco y la cabeza rapada).

  • caminando de aquí para allá en la habitación, el Peluquero se sienta ocasionalmente en la poltrona. El Oficial permanece de pie. 

PELUQUERO – Es una iniquidad. No hay manera de contentar a la gente. La gente abusa, la gente habla. La gente dice, y no sabe lo que dice. (al Oficial) A lo mejor tú sabes lo que dice.

OFICIAL – Yo no sé lo que dice. La gente solamente dice.

PELUQUERO – Se ve que te has fijado. La gente solamente dice y no sabe lo que dice. Y todos son de la misma calaña. Vienen aquí al taller y agarran y se repantigan; agarran el periódico y ni siquiera saludan, y todavía quieren que se les corte el pelo callada la boca. Y para evitar polémicas y colerones, uno tiene que ponerles perfume y hacerles una venia callada la boca, por la miseria que le pagan a uno, como gran cosa. ¿Te consta o no te consta?

OFICIAL – Me consta.

          (con unos trapos que saca del bolsillo, se apresta a refregar los turriles).

 PELUQUERO – Y por eso ya no es vida la que uno lleva. Uno tiene que soportar mil disparates en el oficio. Hasta los desplantes y las iniquidades de los indios uno tiene que tolerar. Vienen el mejor rato, y se creen con el derecho de venir aquí al taller a gritar, a ensuciar y a renegar. Están envalentonados y ensoberbecidos porque ya saben leer y escribir, y de cualquier cosita se enojan. Ni siquiera los ministros son tan quisquillosos. ¿Te has fijado?

OFICIAL Me he fijado.

 PELUQUERO – Se les dice que no hagan una cosa, y por lo mismo hacen lo contrario. En todos los idiomas se les dice: No hagan, no sean así; y ellos, nada. Por eso el indio es enemigo del hombre; el indio es el hombre más terco que pisa la tierra. A mí el doctor Urquieta, una vez…

 (con extrañeza ante la actitud del Oficial, quien aparentemente no presta atención).

¿Qué te pasa, oye chico? ¿Estaré hablando con una pared para que nadie me conteste? ¿No estás viendo los disparates que uno tiene que soportar en el oficio?

OFICIAL – Estoy viendo.

PELUQUERO – ¿Y entonces por qué te callas como una estatua? Mejor dicho: ¿por qué me miras? ¡Si tuvieras veneno en los ojos me matarías! Muévete de una vez y prende las velas, qué te parece. Cumple tus obligaciones y no seas imbécil. ¡Ni mis animales le dan pena a este imbécil! A estas horas mis animales ya tendrían que haber comido mil veces.

 (el Oficial prende las velas. Luego se dirige al Peluquero).

 OFICIAL – De dónde van a comer los animales si no se puede sacar. Afrecho no se puede sacar.

PELUQUERO(remedando al Oficial) ¡Afrecho no se puede sacar! Como si no supieras de dónde sacar, y como si mis animales no vivieran bajo techo desde la infausta muerte de mi esposa. Yo no sé qué habría hecho con mis animales de no habérseme ocurrido criarlos bajo techo. (poniéndose inopinadamente furioso) ¡Afrecho me falta, ladrón! ¡Cebada en grano me falta, un frasco de benjuí! ¡Algodón me falta, un pomo de vaselina, una navaja marca Cañón! ¡Atrévete a decir que no me robas y te rompo el alma a cocachos! Yo no hablo, yo procedo. Por algo estás bajo mi tutela.

(acercándose a los turriles, con un manotón aparta al Oficial).

¡Retira! Es una iniquidad. Hasta la cebada en grano, hasta el afrecho, uno tiene que ocultar en los bolsillos, para que no le roben a uno.

(arroja por puñados en el interior de los turriles la cebada y el afrecho que extrae de los bolsillos.

Luego saca a relucir un pito y lo toca. A esta señal entran los Lustrabotas, portando instrumentos de viento que ponen en mano de los Caballeros, y luego salen.

Los Caballeros, que siempre se mantienen como ajenos al sucedido, aprestan los instrumentos y, a un segundo pitazo del Peluquero, obedeciendo la señal, rompen a tocar (Sin ti jamás).

Simultáneamente irrumpen los Lustrabotas portando silletas y banquetas, que van colocando en dos filas.

El Oficial entra y sale y va y viene con gran diligencia portando frascos, cepillos, tijeras y peines que el Peluquero recibe, y va colocando sobre la mesa, a los acordes de la música que tocan los Caballeros. De pronto el Peluquero toca por tercera vez el pito y cesa bruscamente la música.

Los Lustrabotas recogen los instrumentos de las manos de los Caballeros, quienes permanecen ahora como estatuas, y luego ocupan sus respectivos puestos situándose de cuclillas ante las banquetas, al pie de las silletas.

El Peluquero toca por cuarta vez el pito y, movidos por esta señal, los Caballeros avanzan con toda lentitud y con aire impasible ocupan las silletas. Los Lustrabotas comienzan a lustrarles afanosamente los zapatos.

El Peluquero y el Oficial, con actitud profesional, colocan blancas pecheras sobre el pecho de los Caballeros que permanecen todo el tiempo encasquetados.

En el interín han aparecido desparramados por los suelos unos trapos y latas que, junto con unas escobas y una gran cantidad de papeles rasgados y otros desperdicios, forman montículos de basura a lo largo y lo ancho de la escena.

 PELUQUERO – (Yendo y viniendo de aquí para allá, al Oficial) Pon en su lugar esos trapos, esas latas, esas escobas y demás baticolas.

(mientras el oficial obedece, el Peluquero continúa hablando, y de rato en rato, se dirige a los Caballeros sin importarle la actitud de éstos, que se mantienen totalmente ajenos).

 Llega la hora de atender a mis clientes y no hay quién los atienda. Llega la hora de dar de comer a mis animales y no hay quién les dé de comer. ¿Cuál es el rol del peluquero en Bolivia? Si es que los gratuitos detractores del gremio con toda mala fe pretenden que el rol del peluquero en Bolivia se reduce a cero, allá ellos. Lo único que yo sé es que el rol del peluquero en Bolivia no está bien definido; y sostengo que el peluquero está en el deber moral de preguntarse en qué consiste el rol del peluquero en Bolivia. Dígase lo que se quiera, hay que reconocer hidalgamente que el peluquero no es hombre ducho. El peluquero no sabe a qué atenerse; el peluquero no sabe en qué terreno pisa. ¡Hombre deschavetado, frágil cáscara de huevo a merced de la mar embravecida!

LUSTRABOTAS – (sin interrumpir su tarea, volviendo la cabeza hacia el Peluquero) Así hablaba un señor que sufría; igual que usted. El mundo es injusto.

PELUQUERO – (se detiene ante quien habló) nada de mundo; nada de injusto; la cosa es muy simple, como decía mi tutor; es cuestión de saber ver las cosas. (volviendo a caminar) El peluquero se sacrifica por el género humano; el peluquero se desvive por sus animales; el peluquero sufre, el peluquero llora por sus clientes. Es muy cierto. Pero sin embargo, con eso no remedia nada. Mucho me temo por la suerte del peluquero en Bolivia; de seguir así las cosas, se verá condenado a quedarse sin ropa y sin amigos, la verdad sea dicha. El espíritu de confraternidad humana es la tumba del peluquero; y por más que los más de los menos capaces le digan y le repitan que los más de los más capaces son incapaces de captar semejante sortilegio, el peluquero no escarmienta, y sigue y sigue dando margaritas a los cerdos, como digo y lo repito, con esa desfachatada bonhomía y con esa tolerancia que son defectos capitales como tales, y son males por los cuales el peluquero está condenado a perder sus bienes terrenales y caer de por vida en las regiones abismales.

LUSTRABOTAS – ¡Es mucho condenar, es mucho arruinar! Sin mucho hablar, un peluquero gana el cielo; un peluquero gana su pan, un peluquero come, un peluquero no puede tener esa suerte. Felizmente nosotros los lustrabotas, estamos amparados por el Creador del Mundo. Nosotros somos devotos de Santa Catalina; nosotros ganamos, nosotros nos sacrificamos, nosotros lustramos zapatos y servimos a los caballeros, y por eso nos gusta el pan. La suerte del hombre no es como usted dice.

PELUQUERO – (se detiene) Yo no digo. (sigue) Es el criterio forense de un hombre público que enaltece mi taller con su autorizada presencia quien lo dice. Es la autorizada presencia de un hombre público que sabe lo que dice quien lo dice por mi boca; yo no tolero inequidades callada la boca. (buscando con la mirada al Oficial) ¿Qué pasa con el oficial? (éste se acerca) ¿Dónde te metes? ¡Yo voy a comer! No bien acaben de lustrar los zapatos a los caballeros, tocas el pito. (entrega el pito) Que no se ensucien ni se ajen las pecheras que se les ha puesto a los caballeros; no me vas a sacar del pecho de los caballeros; no tengo tiempo para sacar todo el tiempo. Noche tras noche tiene uno que tolerar la misma jugarreta. Cuidado con que otra vez el taller aparezca más mojado que no sé qué.

OFICIAL – A lo mejor los caballeros no pueden aguantarse de orinar. Yo no tengo la culpa.

PELUQUERO – ¿Y quién ha dicho que no pueden? Tienen que poder y tienen que aguantar, por más que quieran orinar. Yo apuesto mi cabeza a que ellos no han orinado. Y sin embargo alguien tiene que haber orinado para que el taller aparezca mojado.

OFICIAL – Es un gran misterio. ¿Y qué hacemos si de repente se orinan esta noche?

PELUQUERO – Qué imbécil. Los caballeros no pueden llegar al extremo de orinar. Saben bien que no voy a tolerar. Mi taller no es para orinar, es para trabajar. Los caballeros deben aguantar y no pueden mortificar. Estás viendo que ni comen, ni duermen, ni tienen intestinos. Ante semejante portento las mortificaciones de San Agapito se quedan chiquititas. ¿Dónde has puesto el Almanaque Oriental para sacar?

OFICIAL – ¿El Almanaque Oriental? Yo no he puesto ni he sacado. Usted ha puesto para sacar en el taller de su ahijado.

PELUQUERO – En el taller del doctor su ahijado, querrás decir. ¿Y el Gran Libro del Cuerpo Humano? ¿Quién ha sacado?

OFICIAL – Yo no he sacado.

PELUQUERO – Santa Marta. Ya ni siquiera mis libros ni mis almanaques voy a poder consultar, y voy a tener que ocultar para no verme privado de sacar. Si viene la señora Guadalupe, le dices que no se ha podido sacar; y si insiste, le dices que me han sacado. Si viene el presbítero Ruvinic de Vela, que me busque en la Pensión de los Agachados. Ya no lo dejan ni comer tranquilo a uno. (sale)

 Al cabo los Lustrabotas dan por terminada su tarea y el Oficial toca el pito. Los Caballeros se levantan lentamente de las silletas, con indiferencia, ocupan sus respectivos puestos hacia el fondo de la pared y se quedan inmóviles. Al mismo tiempo y con gran alboroto los Lustrabotas recogen sus bártulos y salen ruidosamente llevando las silletas y demás cosas junto con el Oficial.