Obra dramática: Perdido viajero

E s c e n a   S e g u n d a

  • amplio patio en ruinas. A izquierda y derecha, una serie de poyos. En los desnudos muros de adobe, unas vigas desquiciadas se retuercen cubiertas de paja. Bajo una luz crepuscular y con una atmósfera diáfana, definidamente caracterizada en las alturas, el ámbito, inhóspito, desolado y frío, ofrece una sensación de espacio sin límites, en la perspectiva de tres grandes boquetes que, a manera de puertas que respectivamente dan paso a otros tantos callejones, se abren sobre el muro frontal.

Gabriel –

(vestido con pesada ropa de campo, gruesos guantes y polainas. Diríase un explorador viajando por las montañas.)

(con respecto a la vestimenta de Gabriel, véase nota en la página, Escena Tercera).

  • caminando agitadamente de un lado para el otro, se detiene por momentos ante los desnudos muros y ante los boquetes.

¡Extraño fuego arde en mis entrañas!

¡Me siento transportado en el tiempo!

La imagen del mundo se paraliza y se deforma en los espejos de mi propia imagen;

una lucidez aterradora me tortura y me confunde en medio del caos y de las sombras.

¡Vivo un futuro en el pasado, bien lo sé!

¡Y mientras cobra nueva vida un pasado en el futuro que yo vivo, los trances de mi actual existencia se diluyen, y sólo en el sueño encuentran acogida!

¿Dónde y cómo encontrar aquellas perdidas realidades, en un mundo que desconoce la fe?

¡Jamás podré acometer magnas tareas, universales y hermosas, dignas de la grandeza del hombre!

¡Jamás podré amar y ser amado; ¡Jamás podré mirar el mundo en su verdad verdadera!

Desposeído del calor humano, desposeído de la fuerza de la fe; sepultado en los abismos de la incertidumbre, no sé si estaré vivo, si estaré muerto, o flotando en el vacío;

¡alumbrado por malignos fuegos que prosperan con el sueño de la tumba, perdido estoy en las oscuridades, vagando sin tiempo y sin espacio.

¡Recuperar mi libertad ansío, y sacudirme del hechizo; sufrir el dolor verdadero y mirar de frente a la muerte!

  • escúchase una mujer cantando; Gabriel presta atención con gesto arrobado.
  • María aparece en el fondo del hueco de la derecha, avanzando lentamente, y luego se detiene ante el umbral.

María –

 (con vaporosa túnica blanca y largos cabellos que caen sobre los hombros.)

¡En remotos tiempos, alguien me amaba!

¡Ansiosamente, la redención en el fondo de mis ojos buscaba,

y le faltó valor para sufrir mi desamor!

Encontrar no pudo ningún consuelo;

nadie en el mundo, ningún ser en el corazón, con una tierna sonrisa, que quisiera su soledad compartir;

ninguna alma, transitando por el mundo, que pudiera acoger sus ansias con simpatía.

¡Donde quiera que fuese, todos le negaron el bálsamo de amor que buscaba!

Gabriel

¡Inseparable de tu alma y más allá del sentimiento,

persiste el desamor, con fuerza abrumadora!

María –

¡Oh infortunado Gabriel!

¡Perdido estás en el olvido de ti mismo;

viviendo estás en la pura sinrazón,

habitando un mundo que no es éste!

Gabriel –

¡Más allá de las sombras, María!

María –

El hombre que quiere ser fuerte,

con la realidad del mundo se dignifica,

gustando calladamente el sabor amargo que tú lamentas.

¡El dolor, la angustia y la desesperanza, de ti han huido,

y sólo viven los fantasmas!

¿Quién te quiere?

Ni los muertos ni tampoco la muerte;

¡nadie te quiere,

oh infortunado Gabriel!

La realidad es quien te insta a mirar la realidad:

yo soy María.

¿Me escuchas?

¡En remotos tiempos, alguien me amaba;

y le faltó valor para sufrir mi desamor!

¡Bien lo recuerdo!

Gabriel –

¡En remotos tiempos, María!

¡Tan real como la muerte; más verdadera que la vida;

tan expansiva como los mares lóbregos que me sepultan,

eres tú, María!

No existe el tiempo; María existe.

La realidad sucumbe a cada instante y por eso se transforma

y nombra toda cosa.

Nada hay que no sea real;

yo conozco una realidad llamada María.

María.

En la tumba te reclamo;

en el sueño te busco.

¡El amor que con desamor me negaste es una realidad!

Sólo horror y sombras encuentro.

  • irrumpe la turbamulta.

(a la izquierda del escenario).

  • impresionante diversidad de gentes pasan gesticulando y dando vivas a la alegría, saltando y bailando con gran alborozo, al son de la banda que encabeza el desfile, con disfraces y estandartes.

Gabriel –

¡La humanidad despierta y ríe, clama y grita!

¡Con suspiros y con tristes despojos la redondez del mundo cubre,

con lágrimas ocultas y con flores mustias, y con destempladas cornetas se lanza por los caminos,

en pos de pervertida y fatídica alegría!

María –

¡Vivos y muertos, ricos y pobres, grandes y chicos, todos buscan la alegría!

Por su propia condición de infinita desventura,

el hombre debe perseguir eternamente la alegría.

Con dolor nace, con dolor vive, con dolor muere.

¡No por el despecho que te corroe has de juzgar con malevolencia los inocentes afanes de tus hermanos!

Gabriel –

De ningún modo.

Ni el despecho ni la alegría tienen cabida en mi alma;

mas como humano,

hago causa común con lo humano,

y de hecho,

me declaro solidario de mis hermanos.

¡La alegría será para ellos,

y el dolor, siempre mío!

 lánzase Gabriel al encuentro del gentío; empero se detiene bruscamente escuchando exclamaciones que profiere María; ésta lo llama.

María –

¡Espera, Gabriel! ¡No corras! ¡Te desconozco!

¡Quedas conjurado a llevarme contigo!

¡Harás un bien a tu alma!

¡Si privada me viera de compartir a tu lado tan imponente alegría, universal y majestuosa, me pasarían malas cosas!

¡El corazón me lo dice!

 (Gabriel se queda. Luego canta.)

Gabriel –

 (ha comparecido ante María; como enajenado y con extraña actitud demencial)

¡Palabras brujas;

es imposible resistir!

Muy a pesar de grave pálpito que hondamente me deprime;

y no obstante la mala espina que me da,

aun a pesar de guardar en lugar de refrescar para sacar,

digo y repito:

¡es imposible resistir palabras brujas!

Así, pues, María, hagamos armas, con una caterva de pelafustanes tan gordos como blandengues;

y, marchando juntos bajo sebosos estandartes de alegría,

veamos en qué termina este descabellado lance;

¡ven conmigo, María!

 Aria –  texto de 15 líneas (15). Texto de canto en voz de la turbamulta aludiendo a la alegría. 

  • Gabriel toma de la mano a María y ambos se confunden con la turbamulta.
  • al cabo, una vez que termina el tumultuoso desfile y mientras los sones de la banda y el vocerío de la muchedumbre vánse perdiendo a lo lejos, aparece Gabriel en el patio, ahora desierto, siguiendo la dirección del desfile, solo y cabizbajo y con aire abatido, avanzando lentamente y como relegado por los alegres seres que se alejan.
  • en medio de profundo silencio que de modo intermitente es interrumpido por oscuras sonoridades, de pronto Gabriel se detiene con gran sobresalto escuchando a María que canta tristemente, habiendo entrado con todo sigilo por uno de los boquetes y habiendo asumido el aspecto impresionante de una anciana encorvada y fantasmal.

María –

¡María, María!

¡Oh errante y fugitiva María, pobre de mí!

Con ciegos embates ocultos,

con infinitos horrores que el vivir y el morir me deparan,

nacida una vez y muerta una vez,

nazco de nuevo y muero de nuevo.

¡Arrasada fue la fronda que me servía de morada y mi sueño

interrumpido,

en el cruce del camino,

por enloquecidas turbas que se desbordaban en pos de la alegría!

¡Cual criatura del recinto materno,

arrojada fui de la tumba por manos criminales!

Gabriel –

¡La hermosa flor,

la radiante nube llamada María!

¡De acabamiento y disolución

en atroz imagen convertida,

no puede ser María!

María –

¡Oh tibia cámara del sepulcro;

con un bálsamo de sombras y con un aire que no es aire;

con ojos vigilantes en húmedos rincones escondidos;

con espesas manos ávidas de podredumbre,

en algo mitigabas el tormento de mi cuerpo que dormía!

Gabriel –

¡Oh enigma de enigmas!

¡A designios misteriosos obedece toda paradoja!

Pues tú, María, al haber condenado mi actitud de protesta,

al haber salido apasionadamente por los fueros del gentío que marchaba buscando la alegría,

tú misma, y en mala hora,

fuiste quien me indujo a que te llevara conmigo,

para verte comprometida en abominables aventuras del gentío,

sin sospechar que este mismo gentío, arrasaría más tarde la fronda en que morabas.

Ya lo ves.

Todo se explica, y nada se explica.

Vanamente se obstinan en buscar la alegría y arrasan las tumbas;

el dolor eterno se levanta.

María –

Con espanto sobrehumano,

en el mundo de los vivos aparezco

-bajo el cielo azul y frío,

y me encuentro con tu espectro.

Gabriel –

Es posible que así sea. Pero sin embargo, no lo creo.

Aún no ha nacido mi espectro; no conoce la luz.

María –

¡La precaria luz que en este mundo vacila,

con helada nitidez ha dibujado tu espectro,

oh Gabriel!

Tú que me amas;

tú que en la tumba me reclamas,

de mi alma haz que se aleje un dolor inédito, y aún no confesado.

¡De mis ojos aparta tu figura, y con ella, la malignidad que me atormenta!

Gabriel –

Ocultarme no puedo, María.

Mas estoy presto a desparecer de tus ojos.

María –

Hazlo; y cuanto más pronto, mejor.

¡Pero espera! Sólo un momento.

¡Finalmente, por qué no decidirse! Y es lo que acabo de hacer.

Quiero hablar de una vez; con palabras por largos años escondidas en el fondo de mi pecho.

Y tendrán un carácter de revelación y de confesión al mismo tiempo;

una vez pronunciadas, no sé: o me pierdo o me salvo.

En cuanto a ti, no sé.

Escucha, pues, mis palabras.

Con la redención de tus huesos y con la redención de la carne de tus huesos,

encontrarás el amor.

En la savia de tus huesos y en la carne de tu carne.

Así habla María.

De mi juventud, prematuramente consumida

por la voracidad de la tumba,

nada queda;

de la antigua maldad en mi corazón,

casi nada, o casi todo.

Así habla María.

¡Oh Gabriel!

Tú que me amas;

tú que en la tumba me reclamas,

y aún en el fondo del olvido;

en el ayer, en el mañana, en el siempre;

jamás me perdonarás.

Jamás te amé ni remotamente;

llamé desamor, y no sé por qué capricho,

al insoportable sentimiento de repugnancia que desde siempre me infundes.

Humillarte y pisotearte y afrentarte ha sido siempre uno de mis mayores encantos,

por lo mismo que tú me amas, por lo mismo que yo te desprecio,

por lo mismo que ni siquiera me inspiras lástima.

Así, pues, soy una depravada.

Sé fuerte.

Así habla María.

Gabriel –

Puede el hombre sobrepasar las alturas de la muerte,

por un acto de suprema totalidad.

Yo dispongo de mí.

Así renazco para hundirme y me hundo para renacer. 

  • precipitadamente, aproxímase Gabriel al muro y, removiendo con violencia la superficie de éste, deja descubierto un nicho, de cuyas profundidades extrae el cuerpo de una criatura envuelto en pañales.
  • mostrando extrañeza ante la singular escena, acude María presurosa y, sin vacilar, extiende los brazos, dispuesta a recibir el cuerpo que en este momento le ofrece Gabriel.

Gabriel –

Ten fe.

Yo soy este cuerpo.

La savia de mis huesos.

La carne de mi carne -llévame.

Eres una madre.

María desparece con la criatura entre los brazos. Gabriel se derrumba sobre un poyo y prorrumpe en sordos quejidos que se escuchan claramente.