Visitante profundo

1.

Este visitante profundo habita en el vello y en las trompetas, decora una penumbra.

Vaga por los acordes y los perfiles diversos y aquí, en la ventana y allá, en el monte de la suprema finura, este viajero me contempla, inexplicable, se esconde en el olor claro y denso de las luminarias y en aquellos tejidos que dibujó el olvido —su mirada de piedra lisa y lavada no suele posarse en el don de la vida, sus ojos y aires y su bastón profundo cantan vapores nocturnos a las esferas grises y mueven desde abajo y desde lo alto los flujos y los contornos de una broza de los sueños que nuestro paso aplasta rítmicamente.

Una llamarada se cierne en las pláticas y ensombrece la borra de vino, y anuncia la llegada de un muerto a los quehaceres matinales —miedoso de la luz, el muerto de orejas de oro y cacao tiene el tórax grabado en la memoria, lágrimas tan hermosas como las arañas y las manos dispuestas en su sitio, entre la quietud de los salmos.

2.

Me voy al bosque de hojas amarillas y quebradizas a ver lo que entraña la vida, la infancia del tiempo y el instante de luz —al destello del sol conoceré las sonrisas y las volteretas y caminaré con los ojos cerrados, orientado por la fragancia de las transformaciones y de los fuegos —y llegaré al horizonte cuando la muerte se esfume.

En mi sueño de vida, han de ser la alegría y el eco un juego nocturno para las abejas y un alimento para mí y al mirar en mis ojos la transparencia jubilosa, exclamaré:

“De lo desconocido vivo, y le ofrezco mi gratitud posada en el mar”.